René Delgado/Sobreaviso
Con un suceso triste, incluso luctuoso, cae el telón de la muy larga campaña precipitada por Andrés Manuel López Obrador, quien –en la apariencia, pero sólo en la apariencia– habría sido el menos interesado en acelerarla, vista la manifiesta dificultad que le representa el desapego del poder.
En sus distintas etapas, prácticamente tres años se llevó el concurso desatado por el mandatario, de seguro, con ánimo de dar ventaja al movimiento que aún hoy encabeza y entrampar la posibilidad electoral de la oposición partidista y la resistencia civil. Falta, desde luego, el cierre formal de la campaña. En particular el de la candidata oficialista Claudia Sheinbaum, ya que su contrincante Xóchitl Gálvez (conforme al spot difundido) da por concluida la suya y Jorge Álvarez Máynez afronta la tragedia acontecida antenoche en el mitin de San Pedro Garza García, Nuevo León.
Si por naturaleza una campaña democrática por el poder subraya las diferencias y borra las coincidencias, lo extenso e intenso de ésta –en un marco de polarización y violencia– deja por interrogantes si el país podrá transitar sin sobresaltos de la sana incertidumbre electoral a la necesaria certeza política y, en ese tránsito, cuál será la compostura de las candidaturas.
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En la falsa idea de que lo importante es lo último y no lo primero, hoy se olvida algo: la nominación de las tres candidaturas presidenciales fue accidentada, pese al esfuerzo de practicar ejercicios políticos novedosos, no exentos de virtudes y vicios.
El revés sufrido en la elección intermedia por Morena en plazas urbanas, destacadamente en la capital de la República, provocó una reacción inmediata en el presidente López Obrador, quien tiende a privilegiar el instinto sobre la inteligencia, así como la voz sobre el oído. Adelantó el juego sucesorio, prescindió de los colaboradores moderados, cargó contra sectores de clases medias y radicalizó la postura al confundir su elección con una revolución.
La anticipación del juego sucesorio lo presentó como el fin del dedazo, siendo él quien definía concursantes, reglas del juego, método y condiciones de la selección y objetivo del eventual gobierno sucesor. Sin garantizar equidad en la competencia, inclinó la cancha.
Así y no sin sobresaltos surgió la candidatura de Claudia Sheinbaum que, aun hoy, muestra (no está claro si) las heridas o las cicatrices dejadas por los términos del concurso interno. Circunstancia que deja entrever contradicciones, contrastes y dudas, viejos dogmas e ideas nuevas. Avances y retrocesos en el afán de estampar su sello a la eventual continuidad del proyecto lopezobradorista. Contraste entre el equipo de campaña (que incluye a los excompetidores internos) y el de los “Diálogos por la transformación” (que incluye cuadros selectos). Dudas sobre el límite y el horizonte de la disciplina y la obediencia, la inteligencia y la soberbia, el bastón y el mando. Y, sin bien, hay indicios de su probable su victoria, a veces contrasta la narrativa del triunfo inevitable (fincada en la divulgación de encuestas, varias carentes de credibilidad) con el condicionamiento de aceptar el resultado electoral, cualquiera que éste sea.
Esas marcas, junto con la estrategia bipolar de atender a la gran mayoría y a la pequeña minoría sin incidir en los sectores medios que aún hostiga el mandatario, restan nitidez al perfil y estilo de Claudia Sheinbaum.
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La candidatura de Xóchitl Gálvez tampoco estuvo exenta de accidentes.
La hidalguense pretendía postularse al gobierno capitalino. La candidatura presidencial, dicho por ella, eran “palabras mayores” y no se consideraba estar lista. Sin embargo, en la decisión de ir por esa posición influyeron tres factores: la exigencia de reconocer su derecho a la réplica, tocando las puertas de Palacio y entablando interlocución con el mandatario que creció su presencia; el reconocimiento que, por ese lance, tuvo en la marea rosa de febrero de 2023 que la tocó; y, finalmente, la insistencia de los intelectuales, académicos y activistas de postularse a la Presidencia por contar con carisma que la convenció. Oyó, como aquí se dijo, el canto de las sirenas, pero no la sirena de alerta de lo que ello significaba.
Con ese impulso Xóchitl Gálvez concursó por la candidatura presidencial en el interesante ejercicio armado por los organismos cívico-ciudadanos y los partidos que la cobijan y que estos mismos, torpemente, no llevaron hasta la culminación con tal de asegurarle la posición. Hasta ahí, pero no sin sacudidas el viento iba en popa. Pero, luego, el viento cambió de dirección. En la interlocución con el presidente afloraron los negativos que le colgó el mandatario; el equipo de campaña tardó en entenderse con ella y dar muestra de eficacia; la candidata no supo conjugar independencia ciudadana con dependencia partidista como tampoco articular su discurso político fincado en la denuncia, el ataque y la propuesta ni fijar, bien a bien, si competía con el presidente de la República o la candidata de Morena.
Con todo, logró calar en el ánimo electoral de sectores importantes de clase media, pero no en las mayorías y minorías que pesan en el país. En tal condición, es difícil pensar que la base electoral de la cual se hizo la catapulte al triunfo.
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Sobre los accidentes de la candidatura de Jorge Álvarez Máynez no es momento para abordarlos.
En todo caso, está por caer el telón de una muy larga campaña y la pregunta es si, al cierre de ella, habrá apertura y disposición de las dos principales contendientes para facilitar el tránsito del país de la incertidumbre electoral a la certeza política o si complicarán esa posibilidad, siendo que la polarización y la violencia amenazan la democracia.
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Finaliza la campaña. La interrogante es si, al cierre de ella, habrá apertura de las dos principales contendientes para transitar de la incertidumbre a la certeza y la distensión.